MIS LIBROS FEMDOM

30 abril 2020

Relato femdom: Caperucita femdom y el lobo domado



No creáis que ando cruzada de brazos con esto del confinamiento. Estoy casi más ocupada de lo habitual. También aprovecho para retomar cuestiones que tenía aparcadas, como mi próximo libro de relatos. Esto es una muestra de su contenido. Quiero hacer relatos basados en cuentos tradicionales pero con una versión femdom. Aún ando recopilando ideas así que se admiten sugerencias, que podré o no aceptar, claro :P Sin más introducción, aquí está mi particular versión de Caperucita y el lobo feroz.


Caperucita salió como cada mañana de su casa tras la charla diaria de la pesada de su madre. Ya no era ninguna niña, tenía 20 años recién cumplidos, aunque todos siguieran llamándola por ese ridículo nombre. Era cierto que le gustaba la ropa con capucha y que el rojo era su color favorito, pero su atuendo no era precisamente inocente, tal como le recriminaba su madre.
-Mira que te vas a resfriar con el cuello tan abierto. Y no olvides decirle a la abuela que-
Caperucita ya perdía la paciencia últimamente y dejaba a su madre con la palabra en la boca. Hacía un día precioso y quería aprovechar bien su paseo por el bosque.
Se desabotonó otro botón de la blusa, que le estaba quedando estrecha después de caer en la habitual tentación de comerse la mitad del contenido de la cesta destinada a su abuela, postrada en la cama por un mal esguince.
La conocida senda de tierra estaba un poco fangosa por la última lluvia nocturna, así que decidió cruzar por entre los aromáticos árboles. Aspiró encantada el frescor del aire y abrió la cesta para escoger su pastel favorito. Aquello era la felicidad con mayúsculas. Tan solo anhelaba una cosa más, pero no había en la aldea muchacho digno de sus fantasías.
De repente, un desconocido le salió al paso desde detrás de un grueso tronco. Era un tipo extraño, de rostro y orejas alargadas, largos colmillos -como pudo apreciar por la falsa sonrisa que le dedicó a modo de saludo- y una barba tan poblada que se extendía más allá de lo normal tanto hacia los ojos como hacia su cuello. Las manos eran muy peludas también, y por sus mangas asomaba largo vello procedente de sus brazos. Llevaba unos pantalones ajustados y una gorra colocada de manera desenfadada. Le recordó a un tipo muy pesado que intentó ligar con ella en la última fiesta de la comarca. En aquella ocasión lo despachó con un puntapié, y haría lo mismo si no la dejaba en paz.
-Aparta, ¿no ves que llevo prisa?
-¿La llevas, guapa? Yo juraría que dabas un tranquilo paseo.
No había nada que pusiese de peor humor a Caperucita que un tipejo llevándole la contraria. Si encima le impedía el placer de comer un pastelito bajo los árboles, eso lo convertía en candidato directo a llevarse una patada en la espinilla, como mínimo.
-Escucha, feo, no estoy de humor para tus tonterías de ligón barato. Me marcho.
-Pero, nena, ¿a qué viene tanta prisa? No tengas miedo, soy inofensivo.
-No me digas. Yo, por el contrario, soy cinturón negro de karate, así que ándate con ojo.
-Uhm, me ponen las gatitas que se resisten. Y además, tu escote me está quitando el hipo.
Caperucita no se lo pensó dos veces. Dio dos zancadas hasta el desconocido, le arreó con la cesta y echó a correr.
Escuchó una risa a su espalda.
-¡Pero dime cómo te llamas! A mí me dicen todos Lobo. ¿Nos volveremos a ver? ¡Dí que sí, porfa! Todavía tienes que arrearme en la otra mejilla, ja ja ja.
Caperucita se frenó en seco. Su abuelita tendría que esperar otro rato y además le vendría bien un poco de dieta con tanto reposo. Era la madura más atractiva de la región y no quería arruinarle la figura. Más le preocupaba que la rondasen individuos como ese tal Lobo, y su auténtica intención al visitarla era ahuyentar moscones de su puerta. Debía asegurarse de que al menos ese quedase fuera de juego.
Se dio la vuelta lentamente y fingió una sonrisa en son de paz.
-Tienes razón. Aún no te arreé lo suficiente. Eres un chico malo y debes pagar por ello. ¿Nadie te enseñó modales?
Lobo parecía confuso. Quizá nadie le había plantado cara y estaría acostumbrado a que las jovencitas huyesen despavoridas. Pero Caperucita no era como las demás. Y tenía que dejárselo claro.
-Oye, dime una cosa -le espetó cuando lo tuvo a un par de metros-. ¿Siempre eres igual de gilipollas? ¿Te funciona? ¿Caen muchas rendidas con tus chorradas?
Lobo ya no parecía confundido. Su estúpida sonrisa se esfumó de su rostro y parecía realmente enfadado.
-Ten cuidado, a mí nadie me habla de esa manera.
-Uy, qué miedo me das -dijo Caperucita, mientras desabrochaba otro botón más de su blusa. Tan solo de pensar en lo que estaba a punto de pasar le entró calor en la fresca mañana.

...Sigue leyendo en mi libro Porno cuentos femdom, disponible en a m a z o n.

¿Qué me atrae en un sumiso?

Aunque ya expliqué aquí lo que busco en un sumiso, voy a especificar un poco más. Lo que voy a comentar no es una guía de lo que debe hacer...