Como regalo de Halloween voy a poner gratis mi libro La bruja femdom, que tiene un argumento muy apropiado para la época. Estad atentos para que no se os pase la fecha: del 28 de octubre al 1 de noviembre. Y si se os pasa, lo compráis, claro, si aún no lo habéis hecho. También lo podéis leer gratis con kindle unlimited.
Terror y humor se mezclan en esta historia de femdom sobrenatural, en la que una bruja dominante y un chico sumiso narran su inesperado encuentro en primera persona, de forma alterna en cada capítulo. Aquí dejo una muestra de las primeras páginas.
1
El vecindario parece tranquilo. De hecho, demasiado
tranquilo. No se oye ni una mosca. En condiciones normales, me parecería
aburrido y deprimente. Pero es justo lo que necesito para que mi editor deje de
acosarme y poder terminar mi libro de una maldita vez. Lo malo es que sospecho
que aquí no voy a lograr material para acabar de rellenar los huecos en blanco
que me faltan.
Paro el coche delante de la verja de esta casa que parece
salida de una película de terror en blanco y negro y lanzo una última mirada
alrededor. Las casas están bastante separadas entre sí, excepto la que queda al
lado derecho de la mía. Me comentaron en la agencia de alquiler que nadie
quería hospedarse aquí por no sé qué habladurías. Como no soy de la zona, no
entendí a qué se referían, y prefiero no saberlo.
Giro la llave en la cerradura, que incluso chirría un poco,
y enciendo la luz. No pinta mal para haber estado deshabitada tanto tiempo. He
conducido demasiadas horas seguidas y me voy directo al dormitorio.
2
Lo veo desde que
enfila la calle. Siento que lo estuve esperando toda la vida.
—No te enceles, tu oportunidad ya pasó; no seas egoísta.
Cifú me mira molesto. Sé que piensa que fui injusta, pero me
da igual. Fue culpa suya, no mía. Quizá algún día cambie de opinión. De momento
no, es pronto aún.
—Ve y tráemelo. No tardes.
Le doy un leve empujón con la punta del pie para que se dé
prisa. Tengo hambre y no me gusta que me hagan esperar.
3
¿Qué es ese sonido? No puede ser. Maldito gato callejero.
¡Será posible! No sé por dónde ha entrado el bicho negro pero me mira con cara
de pocos amigos desde el umbral de la puerta. Me encantan los animales pero
tengo dos problemas. Para empezar, soy alérgico al pelo de gato. Y cuando me
muero de sueño no tengo ni pizca de paciencia. Si tuviera una escoba a mano, la
usaría; sin ensañarme, pero la usaría. A falta de una, le lanzo un zapato, con
tan mala puntería que no solo no lo alcanzo, sino que para colmo provoco que
salte hasta mi cama. Me mira tan fijamente que parece que me quiere hipnotizar.
Con que no me arañe la cara, me conformo.
El minino avanza lentamente sin dejar de mirarme. Observo
que lleva un collar, también negro, que se funde con su pelaje. En letras
doradas hay una palabra grabada: Cifú. Y un número detrás. Número trece. Mi
casa está en el número quince de la calle, así que deduzco que el dueño puede
estar en la casa vecina. Mi plan de deshacerme del gato y que parezca un
accidente se desinfla. No puedo empezar con tan mal pie en el vecindario.
Resoplo y me resigno a devolverlo en mano a su correspondiente hogar. Con un
poco de suerte, en pocos minutos volveré a hundirme en el mullido colchón.
4
Intento no sonreír como una tonta. Bien, Cifú, te
recompensaría con doble tazón de leche si fueses un gato normal y no estuvieras
simplemente obedeciendo órdenes. Ahora mi prioridad es él. No sabe que se
acerca a una cita con el destino. Casi estoy nerviosa. Casi. Más emocionada que
nerviosa. Me miro por última vez en el espejo antes de que suene el timbre.
Perfecta así. No sospechará nada. De esta manera será más divertido.
Me hago de rogar y no abro hasta que llama por tercera vez.
—¿Hola…? —me hago la despistada, a pesar de que lleva a Cifú
en brazos. El gato me mira con indisimulado orgullo y una pizca de resquemor.
El nuevo estornuda antes de explicar que trae al que, supone,
es mi mascota. Habla con la mirada baja, por lo que solo alcanza a ver mis
sencillas zapatillas de estar por casa.
—Ah, sí. Es muy travieso y se escapa cada dos por tres.
—Extiendo mi mano para quitárselo de los brazos de un tirón—. Chico malo, luego
te castigaré.
Hablo recreándome en cada sílaba y, al fin, él sube su
mirada hasta mi rostro, recorriendo mi figura por el camino.
5
Me quedo en blanco, no sé bien por qué. Parece una chica
normal y corriente, incluso sosa, si es que la ropa es reflejo de su
personalidad. Viste de negro, con un conjunto deportivo rematado por unas
simples zapatillas. No lleva ni gota de maquillaje y su pelo suelto y liso no
está bien peinado. Su cara tiene rasgos proporcionados, igual que el cuerpo que
se adivina bajo esa amplia ropa, y no destaca por nada en especial, excepto por
sus ojos. No sé ni cómo describirlos. Tan solo sé que siento una especie de
escozor en las retinas y me cuesta sostenerle la mirada. Mentiría si no dijese
que también he sentido un latigazo en la entrepierna. La mirada de una mujer es
de las cosas más afrodisíacas, en mi opinión. Cuando, además, habla de castigar
al gato siento la urgencia de volver corriendo a aliviarme con una paja en mi
dormitorio.
—¿Es tuyo entonces? Me alegro de no tener que andar buscando
dueño por todo el vecindario. Pero, disculpa, no me he presentado. Me llamo
Emilio. Pero todos me llaman Milio.
—Mi…lio. Eres mí lío. ¿Eso te dicen tus ligues?
Me gusta que sea ingeniosa pero me deja descolocado y con
cara de gilipollas. Decido no responder con cualquier chorrada y me limito a
sonreír con timidez. Espero que ella se presente también, pero no lo hace. Me
mira impasible y seria.
—Está bien tener sangre fresca por aquí —dice, al fin, y
creo que mi imaginación me traiciona, porque noto su mirada en mi yugular por
un instante. Necesito dormir y no puedo posponerlo por más tiempo.
—Bueno, pues encantado… —digo, esperando de nuevo que me
diga su nombre. Creo que necesito saberlo para susurrarlo cuando me masturbe.
—Vambrú.
Parpadeo rápido y pienso que se está burlando de mí. Nadie
puede llamarse así. Quizá es un apodo.
—Mi padre me llamaba vampira, o vampi, y mi madre me llamaba
brujita, y a veces, simplemente bru. Eran unos buenos bromistas. Así que me
gusta unir ambas palabras, en honor a ellos. Mi nombre real ya es historia.
Viene a mi mente parte del extraño chismorreo que me
contaron en la agencia, pero no es momento para dar crédito a cuentos de
viejas. No creo en seres de leyenda ni en rollos paranormales. Y mi urgencia
sexual sigue reclamando mi atención.
—Hasta otra, Vambrú.
—Hasta pronto, Milio.