Voy a explicar brevemente de dónde sale esto. El otro día estaban hablando en la tele de ritos litúrgicos navideños. A punto de cambiar de canal, me detuve en seco. Era un fragmento de misa en la cual un joven, realmente guapo, ataviado con un blanco hábito, leía un pasaje bíblico, elevando de vez en cuando la mirada hacia los feligreses. Aquella mirada me transmitió algo que no sé bien cómo explicar. Mi primer pensamiento fue: ¿qué hace ese ángel del cielo desperdiciando su vida ahí? El segundo fue: quiero que sea mío, y lo quiero ya.
Y bueno, a falta de información acerca de dónde podía ir a secuestrarlo, mi mente se puso a soñar y... el resultado, esta mezcla un tanto irreverente de navidad cristiana y femdom.
Fue uno de aquellos trabajos que llegan con urgencia y en fechas señaladas. Lo último que le apetecía era pasar las navidades en un monasterio rodeada de aburridos monjes, pero su pasión por el arte era casi tan intensa como su deseo de someter hombres a sus caprichos. Hizo las maletas rápidamente y reservó billete para el día siguiente.
El abad la recibió con cordialidad, aunque guardando una prudente distancia.
-Bienvenida a nuestro humilde hogar. Le mostraré el fresco que necesita ser restaurado. Estuvimos buscando al mejor experto y resultó ser usted.
Ella advirtió una nota de sorpresa y algo de resignación en aquellas palabras. Acostumbrada a decir siempre lo que pensaba, respondió:
-No quisiera yo formar revuelo en su comunidad, padre. Traje mi ropa más discreta.
-Oh, no se preocupe, aquí será usted casi invisible, los hermanos tienen bastante tarea de la que ocuparse.
Ella sonrió para sus adentros. A no ser que aquellos hermanos estuvieran ciegos, sordos y rematadamente ancianos, estaba segura de que no pasaría inadvertida ni aunque se vistiera con un amplio hábito como el que lucía su interlocutor.
Recorrieron largos pasillos hasta llegar a una espaciosa sala. La escena que cubría por completo una de las paredes representaba el nacimiento de Jesús, rodeado de un coro celestial de ángeles y querubines. Se acercó para examinarlo mejor.
-No parece que esté en muy mal estado.
-Cierto -respondió el abad-, pero mejor no dejarlo que se deteriore más.
Cuando ella se giró vio a alguien que, al parecer, había llegado de manera sigilosa. Por un instante, pensó que alguno de los querubines del fresco se había salido de la pared. Un muchacho joven, de mansa mirada y aspecto inocente, se aproximaba al abad y le comentaba algo entre susurros en ese momento. Cuando terminó de hablar, se quedó quieto, en obediente espera, sin mirarla a ella.
-Bueno, señorita, ya ha visto de qué se trata. Ahora la voy a dejar con el hermano Nicolás, que va a ser su ayudante durante el tiempo en el que esté usted con nosotros.
Ella intentó atrapar la mirada del joven monje, pero parecía resuelto a no apartar los ojos de su superior, que seguía hablando:
-Me comenta el hermano que, tal vez, no sea buena idea encargarle a él esta tarea... Pero yo creo que sí. ¿Usted qué opina?
En un segundo, ella captó el problema del hermano Nicolás, y se sorprendió de lo fácil que resultaba aunar fantasía y realidad. Jamás lo hubiera creído posible, y menos en un lugar así.
-Bueno, padre, puede usted estar seguro de que me portaré bien, y el hermano Nicolás puede quedarse tranquilo, es decir... yo creo... -hizo una pausa, durante la cual logró su objetivo de que el joven mirase en su dirección aunque fuese de manera furtiva-, creo que el verdadero mérito no está en evitar la tentación, sino en enfrentarse a ella.
Terminó la frase con la mejor de sus sonrisas, mientras empezaba a hacer planes para hacerle la tarea lo más ardua posible al pobre monje, cuyas mejillas, en ese instante, habían adquirido el tono de una llama infernal.
-Estupendo, pues. Les dejo a solas, él se encargará de que no le falte de nada, ¿verdad, Nicolás?
-Sí, padre.
La voz era tan dulce como su aspecto. Tuvo que reprimir una amplia sonrisa al imaginar ese “Sí” seguido de un “Señora” dirigiéndose a ella. Pensó que el pobre Nicolás no tendría que ocuparse de que no le faltase de nada, porque quedaría en sus propias manos encargarse de que fuera así.
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