Despertó algo antes de lo habitual, mirando el reloj y maldiciéndose a sí mismo por no aprovechar más el sueño en un día festivo. Pero, minutos después, cuando volvió a cerrar los ojos en la esperanza de retomar el descanso, se dio cuenta de que algún ruido había sido el causante de su precoz despertar.
Abrió los párpados del todo, sobresaltado, temiendo que alguien hubiera irrumpido en la casa. Tal vez pasar las fiestas en aquella cabaña rodeada de nieve no era un plan demasiado seguro. Ni siquiera sus amigos o familiares sabían dónde estaba. Necesitaba desconectar de todo y de todos. Y reconciliarse consigo mismo y con sus deseos secretos; esos que últimamente lo perseguían de manera insistente, sin importar lugar ni hora.
Intentando no hacer ruido, empezó a descender sigilosamente los escalones de madera. Se detuvo cuando alcanzó un punto desde el cual asomarse sin ser visto, en caso de que alguien estuviera en efecto en el salón. Se agachó y miró entre los barrotes del pasamanos. No parecía haber nadie, sin embargo, un resplandor extraño procedía de un extremo de la estancia. Estaba seguro de haber apagado la chimenea, y la luz del día era aún demasiado débil como para producir semejante destello. Si era una linterna de algún ladrón, permanecía demasiado quieta, y tampoco parecía venir de un punto fijo, sino que era más bien como si una esfera luminosa esparciera sus rayos desde aquel rincón.
Con más curiosidad que temor, terminó de descender la escalera y se aproximó al origen de la misteriosa luz.
Su primera reacción fue entrecerrar los ojos, ya que la luz era más intensa desde cerca, para segundos después abrirlos al máximo. Una mujer, vestida de rojo, al estilo de Papá Noel, gorro incluido, lo miraba con igual intensidad.
-Vaya, al fin despiertas, dormilón. Ya creí que tendría que ir a buscarte y traerte arrastrando por una oreja.
-¿Disculpa? Yo... ¿nos conocemos?
Realmente dijo aquello por decir algo, pues sabía que a una mujer así no la olvidaría nadie con haberla mirado durante un simple minuto.
-Claro que no, tonto, no voy regalando mi presencia así como así.
A continuación soltó una risa, mitad diabólica y mitad angelical, y él se sintió verdaderamente como el más tonto y ridículo de los hombres.
Una idea fugaz cruzó su mente. ¿Habría alguien escuchado sus plegarias? No es que hubiese rezado ni nada por el estilo, ni siquiera era creyente; pero su deseo de encontrar a una Mujer a la cual someterse y entregarse en cuerpo y alma era tan intenso en los últimos tiempos, que estaba casi seguro de que todo el mundo podía escucharlo saliendo de su cerebro o leerlo en su cara con solo estar cerca de él. Sea como fuere, incluso si se trataba de un sueño, se sentía agradecido a todos los dioses y Diosas de golpe, y estaba dispuesto a convertirse a cualquier religión después de aquello. Sonrió a la bella desconocida y pensó rápidamente qué debía hacer para comportarse como era debido.
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