En este post mencioné a un sumiso con el que tuve hace años una especie de rollete ciber femdom. A pesar de ser un impresentable, y no lo digo porque me dejase plantada en aquella cita, la experiencia tuvo su importancia, y de eso voy a hablar. Algunos buscarán el morbo fácil de esta especie de capítulo de mi auto biografía, pero espero que los demás capten el fondo de la historia.
Por situarnos en la época esa, yo tenía ya muy claro que lo convencional no era lo mío, y en la vida real había tenido un par de no-novios con los que fui “yo misma” a pesar de que eran vainilla, hasta el punto de que esas relaciones se podían considerar plenamente femdom porque yo decidía cuándo, cómo y qué, parafernalias aparte, que no son imprescindibles, y todo ello sin saber que existían lenguaje y mundo propios en todo eso. Internet fue algo decisivo a la hora de situarme en el mapa con lo mío -como para mucha otra gente también-, a pesar de que lo primero que encontré sobre el tema fue el blog de un amo loco ultra sádico que me dejó el cuerpo cortado para un buen rato. Pero también topé con los llamados sumisos cuando me puse a buscar lo que realmente quería en una relación: un hombre complaciente que disfrutase obedeciendo. Ojo, que muchísimos “sumisos” no son así, claro, de ahí el título de mi blog, pero en cualquier caso algo hizo un gran click en mi cabeza. De aquella época recuerdo el torbellino de cosas que apenas podía digerir; lo parecidos que se mostraban todos y lo diferentes que eran en el fondo; las prácticas, atrayentes algunas y repelentes otras; y en fin, un mundo nuevo por descubrir que sin embargo sonaba a algo ya conocido por mí desde siempre.
Entonces, cuando te recuperas del shock de saber que hay gente afín que te entiende de una buena vez, te das cuenta de que no va a ser tan fácil concretar algo, empezando por el tema geográfico. Recuerdo estar en los chats, acosada por cien solicitudes de privado, haciendo una sola pregunta: ¿de dónde eres? Y cerrando ventana tras ventana porque nadie estaba cerca, y es que yo no quería jugar, quería algo real. Y entonces apareció él. “Hola, soy un perrito de xxx”. Anda, qué cosas, hasta había alguno por la zona. No parecía un perturbado con el cerebro fundido como otros, así que empezamos a chatear fuera de aquella web. Para que entendáis un poco el tema, os diré que bastaba con decirle hola para que la entrepierna se le pusiese como una roca. Es decir, el hecho de saber que había un Ama hablando con él le daba un morbo estratosférico. Claro que yo no sabía aquello al principio, solo leía lo que me ponía (hola Señora, aquí está este perrito para obedecer en lo que quiera) y no me imaginaba la conexión directa entre palabras y calentón. Vale, era muy ingenua, ¿pasa algo? Jajaja.
Total, que es normal que una mujer que lleva toda su vida sintiéndose aparte de la corriente social en las relaciones con el otro sexo, al encontrar a alguien así, no se pare mucho a analizar la posible falsedad o sumisión a ratos del individuo en cuestión. Creía que él sentía algo parecido a lo mío en todo aquello y no imaginaba ni sabía que hubiese niveles y grados, y mentirosos patológicos, claro. Sumiso sexual era, eso por supuesto, y ya digo que se ponía a cien sin contacto físico ni nada especial por mi parte. Yo le seguía la corriente, en plan light, e intentaba conocerlo como persona más allá de sus frases de protocolo. Le costaba esa parte, claro, jeje, no chateaba conmigo para construir un futuro juntos precisamente, tenía patéticamente claro que un Ama le podría dar lo que necesitaba pero no le interesaba como persona ninguna, como si fuésemos mujeres de otra galaxia o algo así, aunque logré sacarle algún dato. Y uno de ellos era su aspecto. Así que en cuanto pregunté me dijo que podía poner la cam. Le dije “vale, pero yo no la pondré, esto no es una democracia” (jaja) y él aceptó.
No estaba mal, de hecho él lo sabía y bastante creído se lo tenía. Ya dije, cuando hablé de ciber relaciones, que es un medio delicado porque se te puede ir la conexión aparte de lo limitado que resulta (“date un auto-azote” puede quedar tan ridículo que la risa cortaría el rollo de golpe). Pero en ese caso fue para mí casi tan real como si estuviéramos en la misma habitación, supongo que las ganas de las primeras veces influye. Los más cotillas estarán esperando a que cuente con detalles qué pasaba en esas sesiones por cam. Bueno, para desilusión de algunos, no me dedicaba a decirle cosas para ponerle cachondo, y pensándolo bien, aquello era bastante parecido a la sumisión pura, no sé si por su desesperación o calentón instantáneo o qué, pero yo era una voz (sí, es más cómodo hablar que teclear mientras miras) tras una pantalla en negro, dando órdenes que él obedecía sin rechistar. ¿Y qué hacía yo?, querréis saber. Pues de entrada no aceptaba nada de lo que él proponía. “¿Me pongo a cuatro patas?”... “No, esto no va de cumplir tu fantasía, túmbate de espaldas y quédate quieto”. ¿Y adivináis lo que pasaba cuando se tumbaba? Algo se le abultaba por allí abajo y le costaba respirar, y cuanto más le prohibía tocarse, más se excitaba. “Poco más” ocurría, y todo aquello no duró más de dos semanas porque yo quería verlo pronto en persona para comprobar si era de fiar, y en esos momentos de cam yo solo miraba absorta porque me costaba creer que alguien me obedeciese así por las buenas y encima lo disfrutase de aquella manera. ¿Me excitaba yo? Pues la verdad es que en esos instantes estaba demasiado pendiente de no perder el mando entre otras cosas. Pero después, cuando recordaba la escena... tengo que confesar que había tenido pocos orgasmos tan intensos como esos hasta la fecha, lo cual fue muy revelador, y me llevó a reafirmarme en que necesitaba aquello para entender la clave del funcionamiento de mi sexualidad con otra persona.
Fue una experiencia -a pesar de lo falso que resultó ser el hombre-, positiva, por lo que supuso de marcar un antes y un después, de reconciliarme con el mundo de las relaciones, del que estaba a punto de desertar a pesar de mi edad. Lo ciber no es lo mío, ni lo fue nunca, y no considero que con eso me “rebajase” a un tipo de relación/contacto que no llegaba a mi estándar ideal: fue un paso que me permitió crecer hacia lo que realmente quería. ¿Volví a repetir con el ciber sexo femdom? Jamás. Me negué a ser la cumplidora de fantasías de esos a los que les sirve cualquiera y les da lo mismo ocho que ochenta. ¿Usaría el medio ciber alguna vez? No, a no ser que mi sumiso (no un candidato sino uno en firme) estuviera lejos de manera puntual. ¿Lo recomiendo? Tampoco. Jaja, ya sé que dije que fue un paso para mí, pero me explico: no me parece buena idea, es un último recurso, es algo que no busqué y en lo que caí de casualidad porque el primer día que me puso la cam me dijo que tenía mucho calor, y era verdad que estábamos en pleno verano, y me salió la orden directa, sin pensarlo, de que se quitase la camiseta. No veo mal que la gente tantee este tema desde una segunda fila, a salvo de heridas, pero debería haber programas o video juegos con los que practicar (en second life pensará alguno...), en vez de implicar a alguien de carne y hueso que no sabes qué intención real tiene. Porque, joder, yo incluso me ilusioné, y resultó ser en vano. Para mí fue inverosímil que alguien tan, en apariencia, obediente, no quisiese ir más allá en los demás aspectos de una relación, pero él mismo consideraba esa faceta suya como una depravación vergonzosa y el ciber le servía para “drogarse” a solas. Qué triste. Y qué cabrón, porque una amiga a la que mencionó de pasada resultó ser la novia formal, a la que no pensaba dejar a pesar de estar convencido de que ella lo miraría como a un trozo de excremento si se atreviese a confesarle su lado oscuro.
En fin, al menos saqué cierto provecho de todo aquello y fue impagable como lección de lo que no volvería a hacer (¿dónde queda en el ciber lo de satisfacerme a mí de forma directa?...). Pues eso, que aprendí y avancé, que no es poco, porque en todo camino el primer paso es el más importante y sin ese, u otro parecido, no estaría hoy aquí. No me refiero aquí en el blog, sino sabiendo lo que sé.
Como anécdota, años más tarde, me llegó un mensaje de este chico para un anuncio mío que había quedado en algún rincón de la red, y repetía lo mismo de siempre, que era un perrito buscando dueña y “solo” pedía discreción... porque estaba casado para entonces. Ya sabía yo que no tendría las narices de vivir acorde con sus impulsos y que no tendría escrúpulo en vivir una doble vida junto a una mujer que no tiene ni remota idea de a quién mete cada noche en su cama. Le respondí y todo... sí, sin aclararle lo de nuestro episodio ciber ni darme a conocer, y le dije que ya podía tener el respeto de no hacer perder el tiempo a nadie, que yo bien claro decía ya por aquel entonces que no quiero emparejados (no compagino ni comparto ni me conformo con menos que absoluta dedicación) y que me parecía un gusano cobarde. ¿Sabéis lo que respondió? Que en efecto era un gusano cobarde y que lamentaba hacerme perder el tiempo y varias cosas más en la línea de la auto humillación, porque encima seguro que aprovechó mi mensaje cortante para hacerse un pajote y tener su mini dosis de lo que necesitaba... Lo lamento por él y por los que actúan como él, pero para mí es una inmensa noticia saber que algunos no cambiarán nunca y que me libré de cargar con gente que no puede ni afrontar su propia vida.
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