Como no hay dos sin tres, vuelve a visitarnos Ryan Gosling en actitud sospechosamente sumisa. La delirante historia (¿te referías a esta, Tammy?) va sobre un chico demasiado introvertido que vive en su burbuja hasta el punto de comprarse una muñeca de tamaño real y convertirla en su novia. Más allá del punto cómico, la película (Lars y una chica de verdad) nos habla de otros temas más serios, porque la personalidad del protagonista desde luego da para un tratado de psicología.
Llevando el tema a mi terreno, como hago siempre, me ha llamado la atención una serie de rasgos de este personaje entrañable. Es un niño grande que no ha madurado al ritmo habitual, con carencias afectivas y sociales, hasta el extremo de sentir dolor con el tacto de los demás (no es que sea un masoca en la escena de la consulta con la doctora), y claro, con un punto sumiso innegable. No digo que una cosa lleve a la otra, aunque por supuesto que hay hombres acomplejados o disfuncionales que se cuelgan la etiqueta de sumisos, como ya he dicho otras veces. Pero en este caso se trata de una fase transitoria, y la muñeca le sirve para curarse de sus asuntos pendientes. Si su lema sigue siendo siempre esa frase que titula el post, qué afortunada la chica (de carne y hueso) que al final se queda con él.
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