Todos los sumisos pueden ser fetichistas pero no todos los fetichistas pueden ser sumisos. El fetichismo se da en cualquier persona, con independencia de que sea dominante, sumiso o protestante. Si la primera pregunta que lanza un supuesto sumiso es “Ama, ¿le gusta usar botas?” probablemente será un fetichista a secas.
¿Me gustan las botas o los tacones en general? Me chiflan, me apasionan; al usarlos me siento más poderosa, más sexy, más todo. Pero no los necesito para dominar, sigo siendo la misma con unas alpargatas. Los tacones son incómodos, para más de dos pasos algunos son una auténtica tortura, y no hará falta decir que las Amas no estamos para sufrir para que el sumiso se alegre los sentidos.
El fetichismo lo define el diccionario como una desviación sexual según la cual se obtiene excitación por medio de un objeto o una parte del cuerpo. (Por cierto que del masoquismo dice que es una perversión, no acabo de pillar los matices entre desviado y pervertido). Pero el sumiso no venera el objeto por sí mismo sino por pertenecer al Ama. El fetichismo de pies, la frase típica que muchos sueltan sin pensar ni sentir, "A sus pies", no es venerar los pies sueltos y aislados del cuerpo adorado del Ama. En el extremo opuesto, el fetichismo puro y duro consiste en, por poner un ejemplo basto, que le das unas bragas al fetichista y el tío ya tiene para ponerse contento por lo menos un mes.
Según como se mire y como se plantee, el fetichismo puede ser todo lo opuesto a servidumbre. Pensemos en la costumbre ancestral japonesa de vendar los pies porque a ellos les pone que sean minúsculos y, no contentos con eso, suben a las pobres geishas en unas plataformas que como se descuiden se parten la crisma. Leí en alguna parte que la excitación masculina por los tacones viene de situar a la mujer en una situación de desventaja, de tenerla controlada y prisionera para que le resulte más difícil huir de sus pretensiones depredadoras. Es decir, una mujer con tacones imposibles lo tiene complicado para salir corriendo de cualquier peligro, incluido el del buitraco que vuela bajo. Sea como sea, repito que los tacones, la mayoría, son incómodos de narices. Una buena idea ante sumisos especialmente rebeldes es calzarles unos taconazos y tenerlos 3 horas dando vueltas por el piso, así valorarán más la próxima vez que se les permita lamer los sufridos pies de su Dueña.
Utilizar los tacones como arma de dominación, el trampling y demás, no está en las fantasías de la mayoría de estos fetichistas a secas. A ellos les interesa la mujer desde la rodilla (o media pierna) para abajo. Deberían trabajar vendiendo calzado, a no ser que lo prefieran usado, como aquel que encontré, cómo no, en un chat. Aquel tipo me dijo que quería comprar calzado usado. Pero muy usado. Le pregunté, ingenuamente, si se refería a que tuviera las suelas gastadas. Me dijo que eso le daba igual, que él buscaba la costra, que para él, el rastro que deja el sudor del pie femenino en el interior del zapato (de verano se entiende) era comparable al jamón y que si yo le “preparaba” un par así me los compraría por un alto precio. Le respondí que ni tengo problema de hipersudoración ni consiento que se me intente comprar. Me pareció una mezcla de sumiso financiero y escatológico, pero esos quedan para otras entradas. Ahora lo dejo aquí, lo mismo me descalzo y me doy un masajito, a diferencia de la espalda no necesitas a nadie para disfrutarlo.
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